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El punto de partida fue tan interesante como desafiante: un apartamento dentro del icónico edificio House of Narkomles, construido entre 1935 y 1949, uno de los ejemplos más representativos del periodo estalinista en Moscú. La diseñadora Yulia Faer recibió el encargo de una pareja que buscaba un refugio en la ciudad, un lugar donde alojarse durante sus visitas, pero que reflejara su historia familiar y su forma personal de entender la belleza. La primera idea era crear un interior con referencias al estilo imperial pero pronto la propietaria rechazó esa dirección. "Las reminiscencias del pasado soviético le generaban una nostalgia melancólica", explica Faer, "y preferimos reinterpretar la historia desde un lenguaje más libre y emocional".
Así nació un concepto bohemio que combina antigüedades europeas, artesanía y guiños sutiles al vanguardismo ruso. El proyecto se concibe como un archivo familiar donde conviven recuerdos, piezas rescatadas de mercados de pulgas y objetos heredados. En este proceso, los propietarios participaron activamente, seleccionando junto a la diseñadora porcelanas, espejos, lámparas y cerámicas con historia.
El corazón del apartamento es el salón, donde las paredes pintadas en un delicado gris francés sirven de fondo neutro para una colección de objetos con carácter: cerámicas vintage, cuadros en tonos azules y lámparas de araña que proyectan una luz cálida sobre los textiles. Pero eso no es todo, "por ejemplo, opté por retapizar auténticos sillones Halabala de la década de 1960 (originalmente producidos en Checoslovaquia) con una tela única basada en bocetos de la artista Varvara Stepanova (1924). El acento principal del interior es el tono de azul favorito de la anfitriona, que fluye sutilmente hacia las obras de arte, los textiles y la vajilla".
La cocina, de dimensiones contenidas, es una lección de equilibrio entre lo clásico y lo funcional: "La cocina es una mezcla de diseño clásico y minimalista: los muebles auténticos se combinan armoniosamente con azulejos Mettlach y una lámpara de araña francesa en miniatura". Los tonos neutros del mobiliario contrastan con los detalles de metal envejecido y la porcelana expuesta, que refuerzan el aire de autenticidad. En este espacio se percibe una de las claves del proyecto: la búsqueda de armonía entre lo doméstico y lo artístico.
El dormitorio principal respira serenidad gracias a una paleta de azules y beiges. Las molduras sencillas, las lámparas antiguas y los espejos de mercurio contribuyen a crear una atmósfera íntima, casi parisina. En el dormitorio de la hija, Faer optó por un lenguaje más ecléctico: una lámpara tipo Hive dialoga con un escritorio contemporáneo y una pieza cerámica que actúa como obra central.
"A pesar del modesto tamaño del apartamento, el sistema de almacenamiento se planificó cuidadosamente: cada miembro de la familia encontró espacio para sus pertenencias. Cada estancia dispone de armarios a medida, y nada resulta improvisado. La altura de los techos aporta sensación de amplitud y permite que las lámparas antiguas adquieran protagonismo visual". Además, se percibe la textura de los materiales: las maderas oscuras, los textiles de lino, los toques dorados y las superficies pulidas que atrapan la luz."Quise crear un lugar donde cada objeto tuviera una historia, donde lo imperfecto resultara bello", señala la diseñadora.
Más información: @yfaer































