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Los propietarios de esta preciosa casa de campo llevaban tiempo soñando con un segundo hogar que contrastara con su residencia principal, una elegante vivienda de estilo banker clásico, y que abrazara, en cambio, una estética más cálida, sobria y contemporánea. Querían algo diferente, integrado en un paisaje montañoso pero sin mimetismos forzados, un refugio que celebrara las vistas sin competir con ellas. El encargo recayó en CLB Architects, con quienes entablaron una relación de confianza mutua que resultó fundamental para llegar a un lenguaje común. "Nuestro vínculo con la propietaria es una parte esencial de esta historia", explica Eric Logan, socio del estudio. "Gracias a esa complicidad, pudimos desafiarnos mutuamente y encontrar un equilibrio que hoy nos enorgullece".
La casa, de 565 metros cuadrados y proyectada para una familia con hijos y nietos adultos, se asienta sobre una parcela de 20 hectáreas, en la cresta oriental de un promontorio. Desde allí se despliegan, abiertas y majestuosas, las vistas al macizo del Teton y a Sheep Mountain. Esta posición elevada, que transmite una sensación casi onírica de flotar en el cielo, impuso importantes condicionantes: la inclinación del terreno y las restricciones urbanísticas locales empujaron al equipo a proyectar la casa de campo como una arquitectura semienterrada, que se hunde en la ladera y parece nacer de ella.
La distribución del interior refleja esa doble condición: por un lado, recogimiento; por otro, apertura. Un patio de entrada protegido por el relieve natural da paso a un gran vestíbulo, donde una escalera de doble altura actúa como umbral entre la zona pública y la privada. En la planta principal se ubican las áreas comunes divididas en salón, cocina y comedor, proyectadas hacia el valle para aprovechar al máximo las vistas. La suite principal se sitúa en el extremo opuesto, asegurando privacidad. Por debajo, un nivel inferior alberga dormitorios para hijos, nietos y amigos, con sus propias zonas de ocio, bodega y acceso al exterior. Completan el conjunto una casa de invitados independiente de 92 metros cuadrados y generosos espacios exteriores.
Materiales y texturas refuerzan la intención del proyecto. La piedra natural de Montana, que reviste parte de la fachada y se prolonga hacia el interior, establece una continuidad táctil entre lo construido y lo natural. El cedro en lamas y el nogal, presentes en techos, suelos y carpinterías, aportan calidez, mientras que el acero ennegrecido introduce un contrapunto contemporáneo en elementos como la chimenea central o el mobiliario a medida. "Queríamos que los materiales hablaran del lugar", explica la interiorista Sarah Kennedy, "pero también que la casa reflejara una cierta sofisticación silenciosa, sin ostentación".
La paleta de colores responde a esa misma lógica. Lejos de los contrastes escandinavos que marcan tendencia, aquí dominan los tonos terrosos: verdes salvia, ocres y naranjas quemados que anclan el interior en su contexto alpino. Las vistas, en cambio, no se encuadran como cuadros, sino que se abren de forma panorámica, convirtiéndose en el verdadero arte de la casa. El Snake River y las cimas nevadas se convierten en telón de fondo omnipresente, cambiando con las estaciones.
El cuidado por los detalles y la artesanía se refleja en elementos como la lámpara de entrada que evoca un lazo suspendido, o la alfombra personalizada que reproduce la topografía del valle. Un sistema geotérmico y una envolvente de alto rendimiento aseguran, además, una eficiencia energética ejemplar, consolidando la idea de un hogar concebido para las generaciones presentes y futuras. "Este proyecto es una historia de evolución y contraste", afirma Bryan James, también socio de CLB. Y así se siente, como un espacio suspendido entre la contemplación, la modernidad y el horizonte.
Más información: clbarchitects.com