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Los habitantes de esta vivienda construida en 2018 en la exclusiva urbanización de La Moraleja, en la zona norte de Madrid, pueden fantasear con la idea de aventurarse en una dehesa y disfrutar de su verdor, frescura y aromas, mientras pasean por el jardín de su casa. No les salen ovejas al paso, pero sí encuentran un reconfortante silencio y la sombra generosa de centenares de árboles que pueblan los casi 10 mil m2 de la propiedad.
Los artífices de esta maravilla son Gonzalo Morillo y su estudio de paisajismo Locus Landscape, con sede en Madrid. Al comienzo de las obras de esta casa, un proyecto del arquitecto Emilio Dahl, los propietarios querían una pradera diáfana, pero Morillo y su equipo insistieron en conservar la riqueza autóctona que ya existía en la finca: unos 220 magníficos ejemplares de pinos y encinas, entre los que 10 son de gran porte, es decir, con más de 150 años.
Además de preservar los árboles preexistentes, para ganar contraste de color y de textura, los paisajistas añadieron otras especies: estilizados cipreses y árboles caducos, como perales, arces de Freeman, arces de Montpellier, fresnos y tilos.
En la medida en que nos alejamos de la casa, el paisaje se va haciendo cada vez más y más naturalista, es decir, reflejando lo que se encuentra en la naturaleza, y, en particular, en el campo español. Inspirándose en las sendas que las ovejas crean de forma natural en las dehesas al alimentarse de hierba, los paisajistas de Locus diseñaron un serie de mini caminos que serpentean a lo largo del jardín, permitiendo un recorrido bucólico por él y conduciendo a un quiosco oculto en el follaje, equipado con cómodos asientos, a modo de plácido refugio. “En los laterales de estos caminos, pusimos plantaciones ornamentales para que fueran sucediendo cosas en el jardín a lo largo del tiempo, como distintas floraciones, colores y olores, según transcurren la primavera, el verano, el otoño...” nos cuenta Gonzalo Morillo.
Así, una serie de arbustos como lavandas, salvias, escalonias, pitosporos, arrayanes, lentiscos y otras plantaciones, flanquean estas sendas sinuosas, vistiéndolas con sus distintas texturas y aromas. A su vez, los paisajistas diseñaron una pradera florida que se extiende debajo de los árboles, eligiendo para ello una selección de especies que permitieran una floración desde mayo a octubre, más prolongada en el tiempo que la habitual. El objetivo de estos caminos diseñados en el jardín es hacer que sus habitantes lo exploren y se adentren en este paisaje de dehesa, descubriendo sus secretos. “Este jardín se vive paseándolo”, asegura Morillo. Y es, además, respetuoso con el medioambiente, ya que la mayoría de sus especies tienen un bajo consumo de agua y no requieren de abonos específicos.
“Lo que más me gusta de este proyecto es el equilibrio entre sus elementos, entre lo formal y lo más natural. Esta armonía y la conexión con la naturaleza es lo que hace que en este jardín estés en paz” apunta Morillo. Así, en un sutil equilibrio, a pesar de su apariencia natural y salvaje, este espacio se percibe como algo intencionado y cuidado. “El ejercicio naturalista de este proyecto no solo se ha hecho a través de las plantaciones elegidas, sino también con el desarrollo de un concepto que se hace realidad gracias a todos los elementos que lo componen. Y esta expresión de la naturaleza te hace huir de lo urbano y te sitúa en otro lugar, en otro tiempo...”, concluye.
Un jardín naturalista, como una dehesa
Aquí la joya es el jardín que se vive paseándolo y se extiende a partir de la parte trasera de la casa. Junto a ésta se creó una zona diáfana de césped que diera perspectiva y dejara respirar al volumen arquitectónico de la vivienda. Entre ésta y el jardín, está la piscina y, muy cerca, una zona para jugar a la petanca. A continuación, el jardín discurre con sus sendas, arbustos, árboles y, debajo, la pradera florida.
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