¿Una marca de artesanía que haya marcado tu infancia?
Una vajilla de la Cartuja de Sevilla. A diario era Duralex, por supuesto, pero para las ocasiones especiales ahí estaban sus pagodas en rosa. Con mi primer sueldo como director de RRPP en la Expo 92 me compré una edición especial 150 aniversario (me hacían descuento). La perdí en una época de crisis. La vendí. Pero hoy me acompaña el modelo Aurora a diario y en las fiestas de guardar. Aunque, ya saben, mezclen vajillas.
¿Y una que te haya impactado ya de adulto?
Sargadelos. Utilizo sus jarritas como floreros. Y las he regalado mucho. En dúo o las tres. Es curioso. Quien volvió a poner en órbita la marca fue una revista extranjera. Me callo el nombre. Por favor, reivindiquemos lo nuestro.
¿Qué artista español (u obra) te quita el hipo?
Tengo mucha suerte. Trabajé con Plensa y tengo un Plensa. Lo mismo con Carlos León, Susy Gómez, Luis Gordillo, Rubén Rodrigo… Todos son amigos. Pero sigo maravillado con las cajas vacías de Oteiza. Su museo en Pamplona es una joya. Y si tienes la suerte de visitar los almacenes, descubrirás cientos de versiones de ellas. Y uno se pregunta, ¿por qué yo no puedo tener una? Aunque sea en depósito.
Ese Museo al que no dejarías de entrar.
El primer impulso me llevó a Copenhague, al Louisiana, que es la conjunción perfecta entre arte y naturaleza. Luego he pensado que cuando voy a Venecia nunca dejo de visitar el Palazzo Fortuny. ¡Qué buenos momentos de felicidad nos ha ofrecido Axel Vervoordt ahí! Pero recuerden: el museo más bonito del mundo está en Cuenca, el Museo de Arte Abstracto creado por Zóbel.
¿Y en qué edificio patrio te gustaría vivir?
Me enamoré de la arquitectura escuchando a Sáenz de Oiza. La respuesta es obvia, Torres Blancas. Y ya que puedo elegir, en la casa no realizada para Tom Ford de Campo Baeza. Él construye con la luz. Como puedo elegir, pido que la ubicación sea en Cádiz.
Un monumento que te represente.
El Pabellón de Mies van der Rohe de Barcelona. Y siguiendo en esa idea de austeridad –en este caso castellana– el Monasterio del Escorial. Su biblioteca me obsesiona. Y cada vez que puedo la cuelo en las revistas que he editado, ¿le reservamos un hueco para el próximo número?
La ciudad que recorrerías una y mil veces.
París. Tengo el recorrido perfecto. Empieza en el Marais, luego me dirijo al Palais Royal con parada en el Centro Pompidou (ahora cerrado) o Bourse de Commerce. El jardín del palacio es mi favorito. Viviría ahí, como Colette, e incluso me conformaría con el entresuelo –sin vistas– de Jean Cocteau. Luego está el Museo del Louvre. O entro, o lo cruzo, pero con seguridad, saltaré a la otra orilla del Sena por el Pont des Arts. Estoy en el distrito VI. Es el turno de anticuarios y galerías. De regreso a la orilla derecha, puedo terminar en el Grand Palais, en el Palais Galliera o en el Paláis de Tokio –cierra a las 24 horas–.
Ese restaurante (o coctelería) donde el interior está a la altura de los platos.
Como soy un mitómano comento tres. The Grill, en Nueva York, mantiene la decoración de Philip Johnson con paredes forradas de madera, mesas con mantel blanco y mobiliario de Mies van Der Rohe y Eero Saarinen. Un steak tartar y un Dry Martini y a celebrar. En Zúrich, el Kronenhalle. Un filete con rösti acompañado por un Chagall o Picasso es insuperable. Y por aquí, Horcher. La atmósfera es única en una ciudad que no preserva sus clásicos.
Un hotel (de España) del que no saldrías.
Actualmente hay dos. El Palacio Saavedra en Cáceres. Es de Toño Peréz y José Polo. Está rehabilitado por Tuñón Albornoz. Hay mueble escandinavo y paredes y bóvedas forrados con tablillas de madera en blanco. Del arte y la cocina de Atrio, ni hablo. Simplemente, son tres estrellas y tres llaves. El contrapunto está a cerca de mil kilómetros de distancia –lo he mirado en Google Maps– en la mallorquina sierra de Tramuntana, es el Hotel Son Net. La decoración es de Lorenzo Castillo y es tan cómodo como una mansión inglesa, pero con swing.
¿Qué tiene el diseño y la artesanía españolas que no tenga el resto del mundo?
Creo que historia y pasión. Somos el cruce de tres culturas, no lo olvidemos y eso, nos hace irrepetibles.
¿Recuerdas la primera vez que llegó a tus manos un ejemplar de Nuevo Estilo?
Fue muy pronto. Mi padre consumía tres o cuatro periódicos al día además de alguna revista. Él empezaba por el Ya y yo por El País. Ambos dejábamos el ABC para el final. Lo que es seguro es que Nuevo Estilo debió entrar plenamente en mi vida mientras estudiaba en las Escuelas de Artes y Oficios. Era la referencia.
¿Y algún número que te marcara especialmente?
Hay una fecha destacada, marzo de 1992. En ese número se publicó mi primer proyecto como interiorista. Por favor, no lo busquen. Por eso, me dedico ahora al periodismo. Aunque luego publicaron más. No debía ser tan malo.
¿Qué le queda por contar a Nuevo Estilo Collection? ¿Qué nos vamos a encontrar?
Su historia, en 2027 cumplirá 50 años. Y prometemos 365 días de celebración. Hay muchas mujeres que admiro que lo han dirigido. Por supuesto Marta Riopérez que me ha pasado el testigo (gracias, Marta, de corazón). Por cierto, su fundadora, Marisa Pérez Bodegas, fue mi primera jefa en otro medio. De todas ellas –son muchas – he aprendido algo. Nuevo Estilo Collection debe seguir siendo una celebración del estilo de vida de nuestro país. Os espero en cada número para divertirnos juntos.
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