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Cuando los edificios se cierran por última vez, la memoria de todo lo vivido parece comenzar a desaparecer, y así, como si se quejara por ello, empiezan a manifestarse los desconchones y las grietas. Un deterioro que en ocasiones embellece, enaltece y también se rebela contra el abandono. Eso ocurría en el 407 de la Rua de Cedofeita, una de las vías más comerciales y concurridas de Oporto, donde se encuentra una casa palacio levantada en 1885 y que Honório de Lima, propietario de la Fábrica de Curtumes do Bessa, adquirió en 1910 tras volver de hacer las Américas. A su llegada, la ciudad quedó impresionada por dos motivos: "La reforma afrancesada y algo versallesca del edificio, cuando los palacetes portugueses eran fieles al estilo isabelino, y por incluir algo absolutamente inaudito: el primer ascensor privado de la ciudad”, comienzan Las 2 Mercedes. Pero hasta la llegada de las decoradoras, el edificio pasó por el silencio, ya que los herederos de Honório lo habitaron hasta finales del siglo pasado cuando apagaron sus luces. Pero tanto a su salón de baile, como a cada uno de sus rincones, todavía le quedaba por ver cómo lo habitaban nuevas personalidades. Hace tres años un nuevo propietario lo decidió resucitar, atraído por su imponente aspecto y las posibilidades de convertirlo en un hotel de cinco estrellas, amparado por la cadena One Shot. Pero había que actuar de inmediato. De revigorizar respetuosamente la arquitectura se ha encargado el estudio catalán GGV Arquitectura, quien ha recibido por su trabajo el Premio Nacional de Rehabilitación Urbana 2024 de Portugal. Una labor en la que se adaptó el edificio para que albergara recepción, restaurante y 19 habitaciones en el palacio principal, además de otras nueve en las antiguas cocheras y en el jardín, una edificación contemporánea donde ahora se disponen de 47 nuevas suites. Un paraíso que ocupa casi 5.000 m2. Pero faltaba la guinda, la esencia señorial, contemporánea y vigorosa de la decoración, para lo que la cadena contactó con el estudio Las 2 Mercedes.
“Cuando llegamos todavía estaba en ruinas pero era majestuoso y así, con un fotógrafo se retrataron todos los rincones, unas instantáneas que en gran formato ahora acompañan cada una de las suites”, comienzan Mercedes Valdenebro y Mercedes Peralta. “Al ser tres edificaciones distintas, había que lograr un hilo conductor que las uniera, una nueva narrativa”. Empezaron a plantear tonos que las rodeaban: verdes musgo, el tono cognac de las columnas, el dorado decadente original, el yeso, el marrón de las cocheras... Una gama cromática que tradujeron en las habitaciones en textiles de rayas que conviven con otros florales “al estilo de Christian Lacroix”, explican con humor, también azulejos dameros y otros populares hechos a mano o murales botánicos pintados por Juan de la Lama. “Somos defensoras del color que refresca, da energía y hace acogedores los espacios, pero en este caso los suavizamos para que fueran coherentes con la ciudad, la historia y un edificio con unos detalles muy marcados como las molduras, los artesonados o las vidrieras”. Pronto sintieron que habitaban el palacio y comenzaron a diseñar mobiliario a medida para cada uno de los rincones y que encajaran con las piezas que pudieron rescatar. “Como un arco de la capilla que ahora descansa como cabecero de la suite principal o las sillas del desayunador”, detallan. Junto a los vestigios llegó todo lo nuevo, coherentes muebles que firman pero que recuperan la esencia de los años 30 y 40 y en los que los terciopelos con flecos y el mármol cohabitan con la carpintería y artesanía local o grandiosos espejos para dar un destello lujoso a los ambientes. A las revisiones personales añadieron otras contemporáneas como sofás orgánicos o los taburetes de barro esmaltado que conectan con el ahora. “Queríamos que más que llegar a un hotel, se sintiera que eres el invitado de honor de este palacio y que lo sintieras tuyo", concluyen. Un viaje en el tiempo desde un pasado de gloriosa opulencia a un mañana fresco, culto, relajado y sofisticado, como debe ser el nuevo palaciego.
Aquí, lo señorial se convierte en confortable con la sutil e inesperada combinación de colores, telas y estampados y los destellos orfebres de los espejos y la cerámica esmaltada.