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Cuenta una leyenda local que el perfecto cuadrado que falta y se abre en la cima del Puig Carmona, la montaña más alta de Benidorm, es producto de una puñetazo que le dio un gigante para poder ver mejor a su amada. Pero después de haber visitado, vivido y disfrutado el Barceló Benidorm Beach, creemos que era ese hotel, y no a una muchacha, lo que pretendía mirar para morir de envidia. Y es que a pesar de los más de 140 hoteles que dibujan el horizonte de la ciudad, éste tiene una personalidad que resume en su interior toda la esencia de Benidorm. Y quién mejor que los Ilmiodesign para homenajear la ciudad, dotándole de un carácter de lo más Mediterráneo.
Nos dice Miguel Solera, director del hotel, que originalmente el edificio albergaba el Selomar, uno de los hoteles más famosos y antiguos de Benidorm. Permaneció cerrado durante años, sufrió un incendio y hasta fue ocupado, hasta que Barceló decidió que había que devolverle sus años de gloria. Y dejaron en manos de Andrea Spada y Michele Corbani, Ilmiodesign, transformar esa esencia perdida en un hotel que reuniera todo los ingredientes que conviven en Benidorm. Y sin duda lo consiguieron.
El interior deslumbra nada más entrar, donde varios ambientes comparten espacios sin estorbarse pero logrando una fusión de estancias donde los colores marítimos, la artesanía local y el kitsch de los años 70 conforman un espíritu que habla por sí solo. Porque en la entrada encontramos la recepción pero también la barra de una preciosa barra vintage con espejo al fondo, y por supuesto sofás, sillas, mesas y butacas dispersas para que los visitantes se sientan cómodos desde el primer momento.
El blanco de la cerámica en forma de azulejos metro se confunde con los distintos azules de las paredes y las geometrías del suelo, una suerte de hidráulico que rememora los paseos marítimos de la Costa Blanca, jugando con ondulaciones en forma de olas. Esas mismas curvas que podemos ver en los sofás pero también en los pasillos y habitaciones, todo pintado de un azul mar y que evoca los pasillos de un camarote de barco, ojos de buey incluidos. Un detalle: en la zona del lobby, en lugar de ojos de buey, se han colocado espejos redondos con marcos dorados. Y en el bar, los sofás son de un rabioso naranja, como los amaneceres mediterráneos. El hotel cuenta con 264 habitaciones que se pierden en azules y que siguen haciendo de la forma curva una seña de identidad.
La otra joya de la corona es la zona de la terraza y la piscina. Dos volúmenes acogen el B-Heaven y la barra del cóctel bar. De nuevo, la gama cromática va del verde agua al azul cielo, tanto en paramentos verticales como en el suelo, otra vez ondulado, otra vez bailando, para rematarlo con unas butacas rojas, esta vez como el atardecer que se puede ver desde arriba, pues las vistas son espectaculares. Unas sombrillas azules, una piscina que se mimetiza con el ambiente, y una gastronomía que busca diferenciarse de la oferta más popular, conforman el resto. Que se pare el mundo que nosotros nos quedamos aquí.