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Los propietarios de esta casa estaban enamorados de un terreno boscoso en pendiente que conocían de visitar durante 35 años una playa cercana. Y decidieron que sería allí donde instalarían un hogar para ellos, un grupo de perros en adopción, algunos caballos y familiares y amigos de visita. Así nació Longbranch, "una casa diseñada para pasar desapercibida", en palabras del estudio de arquitectura y diseño Mwworks, a cargo del proyecto. La casa dispone de 288 metros cuadrados y 74 de garaje, todo ello en medio de una parcela de algo más de tres hectáreas.
Desde el camino rural, un senda de grava serpentea hacia la casa, pasando por un modesto granero nuevo. A lo lejos, donde la pendiente desciende, solo se vislumbra la casa. Al acercarse, el tejado plantado parece una continuación del plano del terreno. De hecho, "esta pequeña extensión de hierba ya se ha convertido en el hábitat de una colonia de ranas y en un lugar predilecto para diversas aves". Y aunque la casa influye influye en el trazado del terreno, el paisaje siempre es la fuerza principal del proyecto.
Al llegar, los altos abetos actúan como columnas naturales en torno a la entrada. Las cimentaciones en pilotes y vigas transversales se proyectaron para cruzar por encima de las raíces, evitando dañarlas y permitiendo que el edificio y el bosque compartan el mismo suelo. Un puente conduce a la puerta principal, suspendido sobre un terreno ambiguo que parece no pertenecer del todo ni a la casa ni al bosque. Esa transición prepara al visitante para lo que está por venir.
Nada más abrir la puerta, la vista se expande a través del salón hacia el paisaje. La estructura se muestra con vigas de abeto Douglas, suelos de hormigón pulido y paneles de cedro teñido que definen una atmósfera sobria y cálida. Cada estancia tiene una relación distinta con el paisaje, de forma que algunas miran hacia los claros del bosque; mientras otras se abren al horizonte o se recogen bajo el techo plantado. Esta alternancia entre refugio y apertura es lo que otorga ritmo a la vivienda.
El edificio se concibe como una prolongación del relieve. Los volúmenes de hormigón parecen anclarse en el terreno, mientras que la estructura de madera flota entre ellos, como si estuviera suspendida. El hormigón visto (vertido en encofrados de paneles de madera y luego arenado) conserva las huellas del proceso constructivo, aportando textura y autenticidad. En contraste, los espacios privados están revestidos de cedro teñido en oscuro, lo que acentúa la idea de refugio.
El gran pabellón de estar, en el centro de la casa, actúa como un mirador habitable. Sus muros acristalados, sostenidos por una estructura mínima, permiten una conexión directa con el bosque y el cielo. En una esquina, la chimenea de hormigón arenado se erige como punto de reunión y anclaje visual. Los techos de madera, aceitados a mano, desprenden un brillo cálido que cambia con la luz del día.
Los interiores, diseñados con la misma lógica artesanal que la envolvente, combinan suelos de roble blanco, paredes enlucidas a mano y muebles empotrados en roble rústico. La cocina, con encimeras de porcelánico oscuro, conserva un aire práctico y contenido; las piezas de iluminación son discretas, y el protagonismo lo toma la textura: el yeso, la veta, el grano de la madera. En los baños, cerámicas de Heath y Ann Sacks aportan delicadeza sin perder coherencia material. Porque, tal y como explica el estudio, "el bosque y la pradera se reintegran y juntos abrazan Longbranch, una casa familiar con la serenidad, la calidez y la atemporalidad que emana de la superposición de materiales auténticos con atención a la artesanía y al detalle".
Más información: mwworks.com