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Todo empezó con un par de abanicos chinos antiguos. Eran una reliquia familiar que la clienta quería preservar como parte viva del día a día. Y a partir de ese gesto íntimo y simbólico, la interiorista Ekaterina Vladimirova concibió un proyecto delicado, con alma, que transforma los 152 m² de esta casa en un refugio contemporáneo tejido con referencias orientales, materiales nobles y un equilibrio sereno entre forma y función.
Situado en un edificio de obra nueva, el apartamento se entregó con una distribución acertada que apenas necesitó modificaciones. Vladimirova y los propietarios mantuvieron la estructura original, adaptándola a las necesidades de una familia joven con vistas a crecer. "El objetivo era crear un interior moderno, sobrio pero con carácter, y con potencial de evolución", explica la diseñadora.
Para lograrlo, apostó por una paleta cromática cálida y natural que abarca del blanco al marrón chocolate, y por un mobiliario de líneas suaves, con acentos de artesanía y piezas únicas que evocan la estética del sudeste asiático. En el salón, por ejemplo, una lámpara colgante de Artemide con siluetas de pájaros y un mural pintado a mano crean un punto focal en el rincón de lectura, reforzado por una butaca y una estantería ligera que repite el ritmo gráfico de la pintura mural. Todo respira calma, pero sin caer en la neutralidad anodina.
La cocina se integra en el espacio social, aunque queda oculta en un entrante que evita su exposición directa. Esta disposición permite que la isla, revestida en un espectacular cuarzo brasileño de vetas en tonos chocolate, naranja y menta, actúe como escultura central. "Revisamos decenas de placas hasta encontrar esta piedra. Fue una elección muy meditada", recuerda la interiorista. En su interior, la isla alberga una vinoteca y espacio de almacenaje. El resto del mobiliario de cocina se diseñó para pasar desapercibido, sin robar protagonismo al conjunto.
El dormitorio principal articula otra de las claves del proyecto: la atención al detalle decorativo. El papel pintado elegido por la clienta se convirtió en un biombo detrás del cabecero, armonizando con la cama de Poltrona Frau de aire colonial y con la luminaria suspendida que reproduce las hojas del panel. Todo se conecta con sutileza y elegancia. A los lados, apliques de Kelly Wearstler, mesillas de Unika Moblar y textiles de Atelier Tati refuerzan la atmósfera envolvente.
La nota artística se extiende por toda la casa. Las pinturas murales de Antonina Garasko y Vladimir Ozerov, presentes en el salón, el dormitorio de invitados y el cuarto infantil, aportan textura, color y un guiño a la tradición pictórica oriental, perfectamente integrada en un entorno de arquitectura contemporánea. En el recibidor, una pintura de magnolias firmada por Simkha Brankovich recibe al visitante junto a un aplique escultórico en forma de flor blanca de VC Gallery.
Incluso los espacios más funcionales como los baños o el vestidor se resuelven con creatividad. En este último, un espejo abatible hecho a medida enmarcado en madera oculta los registros técnicos sin comprometer la estética ni la accesibilidad. Y en el baño principal, la encimera de mármol de vetas verdes y grises convierte el lavabo en una pieza de arte mineral.
Estilismo: Milena Morozova @mrs.milena_morozova
Interiorista: Ekaterina Vladimirova / interior-point.com
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