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¿A quién no le gusta vivir cerca del mar? Por eso esta familia quiso tener una casa de 204 metros cuadrados donde pasar largas temporadas junto a la costa a modo de refugio tranquilo. El encargo no implicaba grandes intervenciones estructurales, pero sí una transformación total del ambiente. El estudio Bo. Arch Studio, fundado por Marina Carvalho y Thalita Peron, fue el responsable de reinterpretar el espacio desde una sensibilidad minimalista, cálida y atemporal.
"La idea era preservar la base entregada por la promotora, sin alterar la distribución, pero extrayendo de ella la máxima personalidad, confort y coherencia estética", explica Thalita Peron. Desde el inicio, los propietarios tenían claro lo que buscaban: una atmósfera con espíritu veraniego, relajada pero sin caer en tópicos decorativos. Nada de elementos marineros evidentes ni colores estridentes. En su lugar, un lenguaje contenido, con referencias discretas a la arquitectura griega, muebles de obra, texturas bien escogidas y una iluminación que transmite calma.
El primer paso fue definir una paleta cromática neutra, dominada por blancos, tonos piedra y superficies texturizadas que evocan la cal de las construcciones mediterráneas. En ese contexto, el sofá en tono arena se convierte en el único acento de color evidente, lo que acentúa su protagonismo sin romper la armonía visual.
La distribución del apartamento se mantuvo sin cambios, pero se trabajó cuidadosamente en la conexión entre espacios. Uno de los retos principales fue integrar visualmente la cocina y la terraza, separadas por una puerta corredera que no podía eliminarse. La solución vino de la mano de la carpintería a medida: "Utilizamos un revestimiento continuo en MDF efecto madera que se extiende desde la cocina hasta la terraza, dando la sensación de una gran estantería unificada incluso cuando la puerta está cerrada", detalla Marina Carvalho.
Ese tipo de recursos, que operan desde lo sutil y lo funcional, vertebran el proyecto. No hay automatizaciones ni domótica. En su lugar, texturas, proporciones y materiales que apelan a los sentidos. El trabajo de iluminación refuerza esa línea: todo el sistema es indirecto, sin focos empotrados ni carriles a la vista. La luz aparece empotrada en la estantería del salón o en hendiduras mínimas en paredes y techos, lo que crea una atmósfera envolvente y elegante, sin alardes.
Las zonas comunes, abiertas e interconectadas, se organizan con una lógica continua que fomenta la fluidez de uso. En el mobiliario y los objetos decorativos, se mantuvo el mismo enfoque: pocos elementos, bien seleccionados. En los baños, los grifos de la firma Vero Nichele refuerzan la limpieza formal del conjunto. La decoración se resolvió con objetos de Campestre, elegidos para acompañar el tono sereno del proyecto sin romper su unidad estilística.