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Will Meyer, cofundador del estudio Meyer Davis, junto a su esposa Kerstin Meyer, diseñaron esta casa (que es la suya) pero también es el resultado de un proceso detallado de trabajo que se desarrolló en distintas fases. El proyecto definitivo combina elementos del vernáculo arquitectónico local con una lectura contemporánea del modernismo mexicano, enmarcado por una vista de 220 grados hacia el océano y una gran estructura de palapa que actúa como eje del conjunto. La conexión de Kerstin con Oaxaca (donde se ubica la vivienda) es personal y profunda. Nacida en México, su familia mantiene una larga relación con la región. Esa vinculación influyó en muchas de las decisiones del proyecto, tanto en su concepción espacial como en los objetos que lo habitan. “El hogar es una extensión de su pasión a través de esculturas locales, arte, textiles y piezas distribuidas por todos los espacios”, explican desde Meyer Davis.
La vivienda parte de dos conceptos clave: por un lado, la palapa tradicional como símbolo arquitectónico; por otro, el deseo de incorporar el lenguaje del modernismo mexicano desde una perspectiva actual. “Es una danza entre lo antiguo y lo nuevo que informa toda la idea de la casa, una armonía de dos fuerzas que tienden un puente entre la tradición y la innovación”, señalan. Un elemento estructural y simbólico destacado del proyecto son los bloques de celosía. Además de permitir la ventilación cruzada, aportan un carácter visual que enriquece los interiores. “Buscamos diseñar algo más que lo que estaba en el mercado, imaginando una pieza escultórica que proyectara sombras sobre la propiedad”, explican. Para ello se inspiró en patrones de tejidos tradicionales mexicanos, utilizando la geometría como herramienta de expresión arquitectónica.
El enfoque general del diseño es el de una estética contenida, centrada en la simplicidad y en la reducción de elementos decorativos. “El diseño está arraigado en los principios de la simplicidad y la reducción, encarnando una sensación de minimalismo intencionado”, indican desde el estudio. Muchas piezas del mobiliario están integradas en la arquitectura, y los espacios se han planteado para facilitar la conexión con la naturaleza. La intención era crear un entorno donde la arquitectura no compitiera con el paisaje, sino que lo acompañara.
La paleta de materiales y colores se extrae directamente del contexto natural. El uso de terracota, hormigón y tonos tierra se complementa con el blanco, que actúa como superficie neutra. “Los pigmentos y tonos de las arenas locales se incorporan sin esfuerzo en la residencia”, explican, especialmente visibles en zonas como la piscina y la escalera. La vivienda prescinde de arte tradicional colgado en muros: “Cada rincón de la casa y del área exterior es un lienzo, y de esta manera, la casa misma es una obra de arte”.
Uno de los aspectos más importantes del proyecto es la colaboración con comunidades artesanas de Oaxaca. Durante años, Kerstin ha trabajado con tejedores, ceramistas y productores textiles de la zona, generando relaciones personales que se reflejan en cada pieza seleccionada. “Cada pieza es una oda al legado de la artesanía mexicana”, afirman. Alfombras, cojines y otros objetos fueron diseñados y tejidos específicamente para la casa, muchos de ellos encargados directamente a los artesanos. Incluso las luminarias proceden de Ciudad de México y están hechas de fibra de cactus.
El paisajismo se desarrolló en colaboración con Ramses Alexander, hermano de Kerstin, y la experta en diseño ecológico Edwina Von Gal. El objetivo fue incorporar especies autóctonas que pudieran adaptarse tanto al aire marino como a las condiciones tropicales secas del terreno.