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Una casa duradera para una familia que ha vivido en distintos países y necesitaba ahora un refugio estable, cómodo y con significado. Ese era el objetivo en este apartamento de 350 metros cuadrados en Moscú. El cliente, apasionado de la música contemporánea y del tiempo compartido en familia, quería un espacio donde pudiera cocinar, jugar a juegos de mesa y transmitir a sus hijos una herencia cultural muy concreta: el vínculo entre Rusia y Francia, países que han marcado la historia familiar desde que su bisabuela emigró de Rusia a principios del siglo XX y que sigue marcando su historia personal.
La interiorista Lena Solovyeva y el arquitecto Ilya Klimov, del estudio Art bureau 1/1, plantearon una intervención que responde a ese deseo de conexión emocional sin perder de vista las exigencias técnicas y de confort de una vivienda contemporánea. El proyecto parte de la unión de tres apartamentos en un edificio de nueva construcción, lo que permitió reconfigurar completamente la distribución para adaptarla al estilo de vida del cliente. “Queríamos que el resultado ofreciera calma y renovación, como un refugio sereno dentro del ritmo acelerado de la ciudad”, explican desde el estudio.
La nueva planta distribuye las estancias en función del uso y la privacidad: un gran salón, cocina y comedor, despacho con biblioteca, tres dormitorios con baño en suite, vestidores, zonas de servicio y lavandería. El reto fue lograr fluidez entre estancias sin sacrificar la posibilidad de recogimiento. Para ello, se diseñó una circulación amable, donde cada espacio se comunica con el siguiente a través de aperturas suaves, sin transiciones abruptas ni compartimentaciones innecesarias.
La paleta cromática parte de una idea precisa: crear un interior luminoso y cálido, con referencias sutiles al paisaje ruso. Los tonos vainilla y crema se combinan con matices azul glaciar y plata, inspirados en el lago Baikal, a los que se suman acentos cereza, arándano y serbal. La madera aporta equilibrio con tonos miel y ámbar, mientras que una piedra de tonalidad carbón aporta densidad visual, evocando la textura de la corteza de árbol. Esta inspiración en la naturaleza está presente también en las texturas: mármol con vetas similares a la corteza de abedul, madera cálida, piedra natural cristalina o estucos decorativos que simulan el aire en movimiento.
En el apartado textil, se eligieron tejidos con volumen, como la lana bouclé o telas de trama gruesa, para aportar profundidad y riqueza sin estridencias. El parquet de lamas anchas unifica visualmente toda la casa, salvo en los baños, donde la piedra toma el relevo como acabado principal. La carpintería fina y los detalles constructivos como los marcos de las puertas o los chaflanes, fueron diseñados con precisión artesanal para asegurar coherencia formal y calidad material.
El mobiliario y la decoración juegan un papel central en la identidad de la casa. Parte de las piezas son de diseñadores internacionales, como Christophe Delcourt, Pierre Augustin Rose o Pierre Yovanovitch, seleccionadas junto al cliente en ferias y galerías de París, Bruselas o Milán. Otras, en cambio, llevan la firma de creadores rusos como Denis Milovanov o Semyon Lavadansky, con quienes se compartía una sensibilidad estética compatible. A esta base se suman muebles realizados a medida y elementos decorativos recogidos en mercados vintage o talleres artesanales, aportando una dimensión más personal al proyecto. El resultado es un interior que no necesita grandes gestos para mostrar su complejidad. Y, lo más importante, cumple con su función esencial: ofrecer a la familia un lugar al que siempre deseen volver.