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Reformar una casa habitada plantea retos logísticos, pero también ofrece una ventaja inestimable: quien vive allí ya sabe exactamente lo que no funciona. Este fue el punto de partida del proyecto que la arquitecta brasileña Thaís Monfré desarrolló para una joven familia —una pareja con dos hijas pequeñas— que llevaba años residiendo en este apartamento de 105 metros cuadrados, ubicado en el barrio de Brooklin, al sur de São Paulo. Conocida por los clientes a través de Instagram, Monfré fue la encargada de convertir el piso en un hogar contemporáneo, funcional y lleno de carácter. La transformación fue integral, con intervenciones estructurales, reconfiguración de la distribución original y renovación completa de acabados, iluminación y mobiliario.
La primera y más importante petición de la familia fue una mayor fluidez en los espacios sociales de la casa. Para ello, se decidió abrir parcialmente la cocina, generando una conexión directa con la zona de estar. Esta integración, además de ampliar visualmente la vivienda, facilita la convivencia diaria, especialmente en una familia con niños pequeños. Otro cambio significativo fue la incorporación del balcón al salón, lo que permitió ganar un área adicional de uso flexible, con un rincón de lectura y un banco corrido junto a la ventana que multiplica las opciones de uso del espacio.
El área de servicio original fue eliminada para crear un pequeño despacho conectado al salón. La zona de estar combina colores neutros, mobiliario cómodo y detalles como el revestimiento de hormigón visto en una de las paredes, que aporta una textura urbana al conjunto. El mueble bajo la televisión, con diseño de líneas limpias y rejilla de madera, introduce un contrapunto cálido que se refuerza con las plantas en caída y algunos objetos decorativos.
En el dormitorio infantil, las dos hermanas ahora comparten habitación. El proyecto resolvió este nuevo uso mediante camas a medida con protecciones laterales, una decoración con adhesivos y cómics, y un techo pintado que aporta color sin sobrecargar el ambiente. La antigua habitación pasó a ser una sala de juegos multifuncional, equipada con un sofá cama, mesas evolutivas y un armario con nichos accesibles para que las niñas puedan ordenar sus cosas con autonomía.
También se intervino en los baños para optimizar su uso. El de las niñas ganó un nuevo planteamiento que mejora la circulación, con una encimera ampliada y lavamanos esculpido. En el caso del baño de los padres, se optó por una estética más sobria, con azulejos porcelánicos en tonos grises, encimera de líneas puras y un nicho de ducha revestido en el mismo material. El aseo, por su parte, se trató con materiales más sofisticados, como el granito blanco cepillado Álamo.
El trabajo con los materiales de la casa es otro de los puntos fuertes del proyecto. Se utilizaron revestimientos de cemento Gauss, encimeras de cuarzo blanco y gris, y piezas cerámicas de Portobello y Portinari, en un diálogo que combina sobriedad y sofisticación sin excesos. El mobiliario y los objetos seleccionados refuerzan esa voluntad de crear un ambiente con personalidad: mesas de centro de Fernando Jaeger, apliques murales de Estúdio RK, una butaca de Muma y una obra colorista de la artista Deise Pucci sobre el sofá completan la composición.
El proceso, que implicó cinco meses de diseño y seis de obra, se desarrolló con la participación activa de los propietarios en cada fase. Este acompañamiento permitió afinar soluciones en tiempo real y asegurar que el resultado respondiera a las necesidades funcionales y cotidianas de la familia.