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El propietario de esta casa de 70 metros cuadrados en Brasilia es músico, académico y profesor, y esto marcó la reforma del apartamento. Porque este elemento no solo está presente en los discos, sino en la forma en que se concibió el proyecto, que debía fusionar hormigón, madera, luz. Todo en él responde a una partitura invisible que lo estructura con precisión pero también con libertad, como ocurre en el bebop, ese género del jazz que es el que precisamente da nombre al proyecto y que parece improvisado, aunque está todo perfectamente orquestado.
La reforma, firmada por el estudio brasileño Tribeira, comenzó con una decisión radical: tirar todas las paredes interiores para componer una nueva melodía espacial. El único límite que permanece cerrado es el del baño, el resto fluye como un conjunto, de forma que salón, comedor, cocina y dormitorio se suceden sin barreras, separados apenas por diferencias sutiles en el mobiliario, los materiales o la iluminación. La estructura original de hormigón se conserva y se exhibe sin complejos, estableciendo un diálogo con las nuevas piezas que pueblan el apartamento.
El suelo, por su parte, tiene su propia historia, pues el pavimento de madera existente, que estaba originalmente en el salón, fue rescatado y trasladado al dormitorio y la zona de trabajo. En el resto del apartamento, se eligió un revestimiento de ladrillo hidráulico en tono neutro que refuerza el carácter artesanal y austero del conjunto, aportando una textura que acompaña sin competir.
Con tanto amor por las artes en general, no era de extrañar que hubiese otro elemento que marcara la personalidad del proyecto, en este caso a través de la inclusión de un mural cerámico del artista Marco Rodrigues. La obra, titulada Orvalho de Outono y realizada expresamente para este espacio, ocupa una pared del comedor como si de una obra musical se tratase: 175×175 cm de líneas onduladas y esmaltes suaves que introducen un contrapunto cromático delicado y poético. "Queríamos que la música no solo se escuchara, sino que también se viera", explican desde el estudio. "Este mural es una metáfora visual del sonido".
Pero quizás el gesto más ingenioso del proyecto esté en el techo: una lámpara escultórica compuesta por conductos paralelos que cuelgan en suspensión entre la zona social y la privada. Las varillas metálicas y los cables que las sujetan imitan un pentagrama con notas suspendidas, componiendo una instalación que, más allá de iluminar, da sentido al recorrido del espacio. Un recurso que resume con claridad la voluntad del proyecto: componer con formas cotidianas un lenguaje lleno de intención.
La cocina, totalmente abierta a la zona de estar, destaca por una isla de hormigón moldeada in situ que actúa como punto de transición entre los dos ambientes. Detrás, una pared organiza las zonas de trabajo: fregadero a un lado, lavadora al otro. La separación entre usos se resuelve mediante una puerta de metal y vidrio, que permite ocultar o mostrar según convenga, manteniendo siempre la noción de conjunto.
El baño rompe con la sobriedad general y se permite una licencia expresiva: todo está cubierto de azulejos blancos con juntas azules, creando una cuadrícula que envuelve suelo, paredes y encimera con una precisión gráfica casi pop. Es un gesto inesperado que añade humor y vitalidad, sin romper el tono general de sobriedad y contención. En cada rincón del apartamento se percibe el respeto por los materiales nobles —la madera natural, el hormigón, la cerámica esmaltada— y una voluntad clara de huir del espectáculo fácil. No hay piezas llamativas ni colores excesivos, pero sí una atmósfera que se va descubriendo poco a poco.