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Esta casa de dos plantas y 100 metros cuadrados en Chipre pasó de ser una vivienda antigua y desordenada a convertirse en un espacio lleno de luz, elegancia y funcionalidad gracias a la reforma integral dirigida por la interiorista rusa Daria Pikova. La intervención apostó por una estética clásica reinterpretada con frescura contemporánea, cuidando cada rincón sin renunciar al confort ni a la expresividad.
El punto de partida no era especialmente prometedor: una vivienda obsoleta con una distribución fragmentada y acabados anticuados. Sin embargo, el potencial estructural permitió liberar espacio y reorganizar funciones. La única pieza que se conservó fue la escalera, que se restauró y actualizó para integrarse en el nuevo discurso estético del proyecto. A partir de ahí, cada decisión se tomó con un propósito: recuperar la claridad espacial, incorporar soluciones de almacenaje y diseñar una envolvente elegante, cálida y atemporal.
En la planta baja se ubicaron la cocina, un comedor con un rincón de desayuno, el salón principal y un baño de cortesía. El nivel superior alberga tres dormitorios, el principal con baño en suite, uno de invitados y otro infantil, además de un segundo baño con ducha. El plano original se reconfiguró mediante intervenciones precisas: se incorporó el balcón a la suite principal para crear un generoso vestidor dividido en zonas para él y para ella; se amplió el baño privado, y también se ganó superficie en el baño compartido, ahora dotado de zona de lavado.
Los propietarios buscaban una atmósfera clásica pero alejada de cualquier cliché nostálgico. Para ello, se recurrió a suelos de roble natural colocados en espiga, molduras en paredes y techos, y una paleta cromática suave, dominada por blancos rotos, beiges empolvados y pinceladas de azul, verde o mostaza. Esa neutralidad estructural permitió introducir piezas más expresivas sin romper el equilibrio visual: butacas tapizadas en terciopelo azul noche, murales pintados a mano, lámparas escultóricas o papeles pintados con motivos botánicos o geométricos.
La cocina, revestida en porcelánico efecto mármol, destaca por su aire acogedor, con armarios panelados de corte clásico, grifería cromada y un pequeño office para desayunos que se convierte en el lugar favorito de la casa gracias al mural de Coordonné, que representa un paisaje exótico con flamencos. En el comedor principal, las sillas en terciopelo azul intenso dialogan con una mesa de base dorada y sobre blanco, bajo una lámpara colgante que funciona como pieza central. La composición floral en tonos azules refuerza la delicadeza del conjunto.
En el salón, el contraste se genera mediante la calidez de la butaca ámbar, el brillo del metal dorado y el frescor del azul petróleo del sofá, con una alfombra de base gris neutro que unifica el conjunto. Uno de los puntos más característicos del proyecto es el uso expresivo del papel pintado: el mencionado que parece un mural dorado con pavos reales y ramas floridas como extraído de una pintura oriental, y en los dormitorios se optó por estampados más sutiles, que aportan textura sin recargar.
Buena parte del mobiliario, como cabeceros o los muebles de baño, fue diseñado a medida, lo que permitió optimizar el espacio y reforzar la unidad estética. Las piezas exentas, en cambio, fueron seleccionadas por su calidad artesanal y su capacidad para sumar personalidad sin estridencias. En este sentido, la elección de firmas como Tonin Casa o el uso de luminarias de Masiero, especialmente los apliques y lámparas con cristal y acabados dorados, refuerzan el carácter sofisticado del proyecto. “El objetivo era crear un entorno lujoso pero íntimo, donde cada rincón tuviera sentido y sensibilidad”, concluye la diseñadora.



































