Mientras Manolo Millares se dejaba literalmente la vida en sus corpóreos cuadros de arpillera, el también pintor Josep Grau-Garriga estaba en las mismas, pero a su manera. Es decir, a lo grande. Envolvió su arte en metros y metros de tela, creando tapices en los que retorcía entre cuerdas las delicadas fibras de la lana, a veces pintada, y otras, tejiendo una red que sostenía objetos o recuerdos de vida. Eran finales de los años cincuenta, y entre los artistas españoles, reinaba la sensación de que estaba todo por hacer. De forma especial, este sentir era compartido por una pequeña comunidad catalana de artistas textiles que recogieron el testigo del gran Tomás Aymat, que tras quedar fascinado con la decadencia del gran arte del tapiz y visitar la Manufactura Real de los Gobelinos en París, fundó en los años veinte la fábrica de alfombras anudadas y mano, y tapices de alto y bajo lizo que se acabaría convirtiendo en Casa Aymat, hoy, un museo dedicado a este arte. De no ser por la aparición de Miquel Samaranch i Amat, que había adquirido la antigua fábrica y se había propuesto poner el arte de la tapicería en el centro del mundo, su legado se habría perdido.

De entre todos los que pasaron por allí, fue Josep Grau-Garriga quien mejor encarnó el deseo de recuperar e innovar una tradición que, por otro lado, había sido inexistente en Cataluña hasta entonces. Nació en San Cugat del Vallès, en 1929, en una familia de campesinos con pocos recursos a los que ni la guerra ni la posguerra se lo puso fácil. La tela ya le rondaba, ya que la fábrica, en la que faltaban tejedores con inquietudes artísticas, estaba en su pueblo y aquello significaba trabajo seguro, pero el joven Josep prefirió irse a Barcelona y probar suerte como pintor, para lo que se formó en L'Escola Superior de Bellas Artes y también en artes aplicadas en la Llotja, y durante su juventud exploró sin miedo la pintura mural y el gran formato -un dato más que relevante en su devenir artístico posterior-.

Si en la vida hay uno o dos encuentros decisivos, para Grau-Garriga el segundo se produjo cuando, ya como director artístico de la fábrica, se fue a Francia para aprenderlo todo del mundo del tapiz de la mano de Jean Lurçat (que había sido alumno de otro Jean, Prouvé). De él aprendió a trabajar sin cartones, es decir, en estilo libre, sin patrones ni plantillas. Aquella revolucionaria técnica supuso una ruptura radical con la tradición y técnica medievales, y, sin embargo, aseguró la supervivencia del tapiz como medio artístico contemporáneo. A su vuelta, entusiasmado, funda la Escuela Catalana del Tapiz, y entre los años sesenta y setenta alcanza fama internacional, rodeándose de artistas como Joan Miró o Tapiès, que coquetearon con este medio. Entre la pintura mural, el arte textil, la escultura y casi la arquitectura, las monumentales obras de Grau-Garriga forman parte de las colecciones del MoMA, el MACBAo el MET. En 1981, Casa Aymat cerró sus puertas, pero él siguió exponiendo su trabajo por todo el mundo, hasta alcanzar el centenar de muestras durante una más que fructífera y larga vida.

"El tejido es nuestra segunda piel, la única que podemos escoger". Josep Grau- Garriga.


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El tapiz "Hores de llum i de foscor" se expuso en Art Basel en 2018. A menudo, Grau-Garriga incorporaba a los tapices trozos de ropas de niños y familiares.
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Josep Grau-Garriga en su estudio de Saint-Mathurin-sur-Loire, en 2011, año de su muerte a los 82 años. Se mudó allí en los años noventa, pero siempre siguió vinculado a su tierra.
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Vista parcial de la instalación "Retaule dels penjats", expuesta en la Art Gallery of New South Wales durante la 22ª Bienal de Sídney NIRIN (2020).
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Las esculturas textiles "Home" y "Dona" forman parte de la colección permanente del Museo Jean Lurçat de Angers.

Recogen su testigo varias generaciones de artistas textiles, como Aurèlia Muñoz o Teresa Lanceta, Premio Nacional de Artes Plásticas en 2024.


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 Alejandra Manzano  es redactora experta en arquitectura, arte y diseño. Antes de encontrar su trabajo favorito, ha concentrado 15 años de experiencia en el campo de la edición, la dirección de arte, la publicidad y la comunicación cultural.

 Licenciada en Bellas Artes por la UCLM, siempre se ha sentido atraída por la belleza de los objetos y los espacios, y por las personas con espíritu creativo. 

 Empezó a trabajar en agencias de publicidad como copy, y, posteriormente, fue dircom de un laboratorio farmacéutico y Social Media Manager de Fundación Montemadrid, Alfaguara y Santillana, que le permitieron compaginar su trabajo con la literatura y el arte, sus otras grandes pasiones además del diseño. 

 Tras casi una década dedicada a la comunicación, dio un importante giro en su trayectoria profesional haciéndose un hueco como ilustradora de prensa, publicando regularmente en medios como ICON y El Mundo, y editoriales como Espasa o Periférica. Ha sido profesora de diseño gráfico en la Escuela Internacional de Protocolo y, tras completar su formación en edición y corrección, trabajó como coordinadora de libros de arte y fotografía en La Fábrica. También ha formado parte de festivales como Madrid Design Festival o PHotoEspaña.  

 Siempre a la búsqueda de casas y cosas bonitas (incluyendo hoteles, objetos de diseño o proyectos de interiorismo) ha sido redactora en numerosos medios especializados entre los que se cuentan AD, Arquitectura y Diseño y Diariodesign. Los que la conocen dicen que no hay nada que le haga más feliz que viajar, aprender historia antigua, la voz de Elvis Presley y ver pelis de Casavettes.