Palabras que hablan de bordados y costura muy poco conocidas -arrequives, morgaño, jardinas, randas- empezarán a sonar con más frecuencia desde ahora. Forman parte de las técnicas textiles de la Labor de Lagartera, que acaba de ser declarada Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Bien Inmaterial. Lagartera es un pequeño pueblo -1.405 habitantes- de Toledo que desde época medieval ha mantenido una tradición que llena de riqueza ornamental trajes femeninos, masculinos, ajuar doméstico y piezas litúrgicas. Cada centímetro de la tela se magnifica con bordados geométricos o florales en vivos colores. Es una labor que impregna todos los ámbitos de la vida. Las novias bordaban su ajuar doméstico desde niñas, el bautizo se recibe con mantillas lagarteranas e incluso el paso a la muerte se hace con paños que, en este caso, van bordados en negro sobre lino. Hay trajes de boda, para fiestas religiosas...

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M. Echevarría
La variedad de bordados es -casi- infinita, pero siempre con el ADN Lagartera. La parte inferior de los vestidos se compone de guardapieses -faldas-, mandil y calcetas en verano o medias en invierno. Hasta los zapatos están ricamente decorados
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M. Echevarría
Cada detalle en un traje de lagarterana habla de horas de trajabo y suntuosidad tradicional. Este vestido se luce en la festividad del Corpus Christi.
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M. Echevarría
Hasta las piezas más modestas, como servilletas o paños de cocina, se transforman en especiales al aplicarles estas técnicas textiles.

Aunque es una labor con historia, se hizo más conocida a principios del s. XX cuando las mujeres de Lagartera comenzaron a viajar por España para vender sus paños. Llamaban la atención sus singulares vestidos. Una vestimenta que usaban a diario -ahora solo lo hacen en acontecimientos especiales-. La clientela se fue consolidando y se extendió el interés por estas labores, hasta el punto de que a mediados de los años 60 llegaron a existir más de cuarenta casas-talleres. Las técnicas textiles y las decoraciones que encontramos en las labores lagarteranas emanan de tradiciones ancestrales, que han sido transmitidas desde hace siglos, siempre por vía femenina. Las futuras labranderas aprendían el oficio desde los 11 años, cuando entraban en los talleres como aprendices.

Una anécdota sobre la importancia que llegó a tener es que fue regalo de Estado del Gobierno español a la Casa Real de Holanda. Al parecer, la reina Juliana pensó primero en una jaca andaluza, pero finalmente se decidió por una mantelería de Lagartera. Pepita Alía fue quien la bordó: 14 metros exquisitos, en los que se emplearon cuatro meses. A partir de los 90 se produce el descenso de la demanda y también se pierde la transmisión del oficio de madres a hijas. Precisamente, el diseñador Tomás Alía -desde la Asociación Contemporánea de Artes y Oficios- y su madre, Pepita, luchan para que siga vigente. Lo mejor es disfrutar estas labores in situ y la procesión del día del Corpus Christi en Lagartera es un escenario único para admirar estos elaborados trabajos.

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M. Echevarría
Una niña de Lagartera vestida con gorguera, capotillo, sayuela y jubón. Las joyas también impresionan.
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M. Echevarría
Un traje masculino ricamente decorado.
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Nano Cañas
El interiorista Tomás Alía, impulsor y director artístico del libro, nacido en Lagartera y gran defensor de esta artesanía a través de la iniciativa Homo Faber.